APRENDER EL OFICIO
Por Angel Maldonado Acevedo

                                                                             

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Tantos años deshojando libros, resolviendo ecuaciones mentales, dando riendas al pensamiento, a deseos de justicia y bienestar, para al final comprender lo que siempre ha sido evidente: que son necesarios cien pesos para hacer la compra semanal y es obvio que hay consumir con disciplina, recordando con disciplina férrea que cien pesos son cien pesos, como decir una brizna de paja, un soplo, una luciérnaga que se apaga demasiado pronto.

Tantos años intentando descifrar la ilusión de la estética, el impulso emocional de ciertas palabras que al combinarse crean la obra de arte iluminando el espacio de la conciencia y abriendo apetitos existenciales al gozo, para al final darme cuentas que lo único necesario de saber es que las tuercas para apretarse giran hacia la derecha y para soltarse giran hacia la izquierda.

Entre los cien pesos que necesito cada semana como la obligada medicina para un moribundo y los tornillos que no aprendí a soltar ni apretar, navegan la música y de Juan Sebastián Bach y los versos de Pablo Neruda, José Hierro o Ernesto Cardenal.

Soy náufrago entre sonatas y versos, alguien que trata de ignorar que la tuerca está casi junto a mi piel y que necesita ser suelta o apretada.

Mientras me pierdo en mares ontológicos mi estómago forma burbujas de ansiedad, pero sigo hacia delante.

Me lo habían dicho, me lo repitieron a lo largo de muchos años, pero la lectura en desbandada de finísimos poetas se interpusieron en el camino muchas veces.

"Coge la llave o el alicate, negro, si no te vas a joder".

Me lo dijeron con cariño, como advirtiéndome casi con pena, pero resultó ser una ingrata profecía.

Maté el tiempo de las tardes más largas con músicas que atravesaban el tiempo hasta el amanecer. Unos cuantos locos me acompañaron y hoy deben estar como yo, sintiendo cuánto pesa la ausencia de cien pesos en el bolsillo.

Ellos tampoco aprendieron a destornillar hacia la izquierda cuando era tan sencillo en aquel tiempo.

A estas alturas resulta arduo y difícil.

La torpeza y la artritis dislocan los movimientos. Cuán difícil resulta apretar el grifo que ha goteado toda la noche. Cuán imposible ajustar las líneas de los frenos o poner un nuevo alumbrado. Llámenlo metafísica del despecho, absurdas contradicciones de la vida, pero lo cierto es que ahora muchas cosas no funcionan.

Y pensar que todo hubiera sido distinto si nos hubiesen escondido los libros de poesía, si hubiesen destronado todas las músicas sublimes que impidieron hacer de nosotros ciudadanos cuerdos y responsables.

He regresado a casa después de un día de compras y medito las palabras "coge la llave o el destornillador o te jodes". Cargo medio galón de leche y dos latas de habichuelas, poco, pero es todo lo que permitió la filosofía.

"Medio galón de leche y dos latas de habichuelas", habría sido más y transportado acaso en un coche del último modelo si a su debido tiempo hubiera tomado el destornillador, el alicate o la llave inglesa.

Ahora no hay excusas que valgan. Ya no es filosofía, se está amarrado al vicio: recalentar lo poco que quedó de ayer, modificar los gustos un poco, es decir, Schubert en lugar de Bach y atravesar el tiempo que nos queda en plena compañía de José Hierro o Ernesto Cardenal, porque para joderte estás jodido.

Nota: del libro inédito Vivir, el falso imaginario.

 


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