EL
LORO Loro vino repitiéndome las noticias de siempre. "El asombro está al otro lado", me decía mientras dejaba caer miradas de lujuria sobre la verja de alambre. Su canto es también parte del ambiente de tiempo en tiempo. Llega, se ubica, saborea olores y colores del paisaje y anuncia que el mundo ha cambiado, que es posible salir de las telarañas hacia lugares donde la ambición arranca frutos a la vida. Como siempre le sonrío, le trato amablemente, le digo que sí, que pronto iré, que ya estoy algo cansado de estos lugares. Pero sé en lo profundo de mi ser que todo es mentira, que nunca trascenderé la geometría de los alambres. ¿Cómo podré labrar mis laberintos en esos espacios tan desconocidos? Aquí conozco mis dimensiones, sé cuántas gotas de rocío se necesitan para iluminar sus tejidos, cuántas estrellas brillan en sus espacios y la cantidad de insectos que caen de inadvertidos prisioneros en mi red. Las tentaciones del Loro son muchas y más el colorido con el que las pinta, pero me pregunto: ¿si el mundo es tan bueno, por qué el Loro vendrá tan de seguido, por qué se parará sobre los alambres para mirar hacia adentro, respirar profundamente y cantar? ¿Que atractivos tendrá la araña para el Loro? La vida está llena de preguntas, unas que provocan certezas y otras incertidumbres. Tal vez como vivo apagado, acá muy adentro, pensando en mí mismo, he olvidado los ademanes de lujuria del Loro, el sentido del viejo dicho de que para encontrar hay que buscar, pero para buscar hay que desatar laberintos o hacerlos más lejanos y difusos y yo no estoy dispuesto. Aquí elaboro mi laberinto como el viejo Paolo Ucello de la circunferencia al centro y del centro a la circunferencia. Y el Loro seguirá siendo bienvenido, de tarde en tarde. Nota: Textos pertenecientes al libro inédito Vivir
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