ESCRITOR SIN CITAS 14 de julio de 1999
        
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Por Ángel Maldonado Acevedo
La posesión de un muy escaso registro de citas me ha hecho
un escritor vulnerable ante aquellos que sopesan sus argumentos en la
balanza de las autoridades literarias. Tal fisura me ha mantenido
expulsado del crisolado mundo de algunas revistas y panfletos que
parasitan el mundo académico y literario. ¿Para qué voy ni siquiera
intentar acercarme a ese mundo de palimpsestos académicos, si mi escasa
alforja de citas se nutren apenas de viejas lecturas de Quevedo, Rubén
Darío o algún olvidado poeta provinciano? No es que no haya
transitado ocasionalmente por el mundo de los sabios de ahora - los pre y
los post - los que ven sucederse ocasos y preferencia en el tempranamente
oxidado mundo de las modas literarias.
Se trata de que no he vivido de la pluma, ni para la
búsqueda de los pesos necesarios ni para elucubrar paraísos de frustradas
pasiones académicas. Eso no me ha dado para la academia pero sí para
transitar por atardeceres de tedio y noches de bohemia.
Todo esto me trae a la vanidad del papel. Conozco a
unas cuantas personas que, gracias al rigor y la ponderación de sus citas
y fuentes, pero sin haber producido unos cuantos párrafos de solidez, ya
se pasean, o intentan pasearse como ilustres pavos reales por los
jardines de la literatura. Son especímenes duchos en promover el
encanto de sus fuentes literarias, de entrar y salir con extremada
desfachatez por los salones de las modas literarias. Sacuden sus
plumas ante nuestra ingenuidad e ignorancia. Es ante esos señores
cuando uno se da cuenta de lo largo que es el camino del conocimiento
literario, de la pedantería y la vanidad.
En el plano personal me doy cuenta entonces de lo lejos
que me he quedado, escaso de citas y nombres imprescindibles. Es
cierto, no escribo para vivir, pero la vida se me va en escribir.
Nadie me paga por tener que decir citas y nombres. Tampoco
promociono ideologías que necesitan ser predicadas con el auspicio de las
autoridades literarias del momento hacia los cuatro vientos. Si
acaso mastico algunas herejías, más bien provocadas por la biliosa sed de
justicia que nos provoca tanto crimen, tanta fealdad y tanta
desidia. Para enfrentar esos molinos de viento no necesito mucho de
las autoridades. Basta el sumergimiento en las realidades de cada día, en
los aciertos y contradicciones de la vida. Ir, con gusto,
desmadejando la pasión de escribir, sin la necesidad de dar vanas
justificaciones en cada paso. Puede que en ese devenir se filtre una que
otra cita y que alguna escondida autoridad asuma significaciones de lo
dicho. O puede que me ocurra lo contrario, que me esté engañando en
un sumergido juego de espejos y que todo lo dicho, desde la primera línea
hasta el punto final, sea una gran cita, la gran impostura, el gran
plagio. Eso debe de haberle ocurrido a Borges, pero Borges era,
además de un maestro de la escritura, un hombre muy culto. Su
palabra transitaba con mucha lucidez entre espejismos, entre las
realidades y sus sombras. Borges, que era físicamente ciego, nos
dejó la prosa más lúcida de este siglo. Borges se podía dar el lujo
de ser culto y de mentir. Yo no. Yo soy un simple
escritor de provincias. Tal vez se me pueda perdonar que mienta a mi
nombre, pero no en el nombre de tantos vivos y muertos. Además,
prefiero ser vulnerable por lo de inculto que por lo de pedante.
Después de todo, como dijo Chaplin, todos somos aficionados, la vida es
tan corta que no da para más.
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