POEMAS DE LA MALA SUERTE Por Angel Maldonado Acevedo Poemas de la mala suerte. En México les dirían poemas de la mala leche. Por catorce años el pequeño librito de poemas estuvo tropezando de cajón en cajón, durmiendo algún tiempo en morosas imprentas, sacudiéndose unos poemas y absorviendo otros, escuchando pequeños y tímidos elogios de amigos y allegados. Releídos de tiempo en tiempo en la búsqueda de aciertos y sorpresas se fueron quedando rezagados como el inútil testimonio de unos días, de una forma de ver las cosas, de unas tristezas y unas angustias, hasta que fueron al olvido definitivo, un olvido del que nadie los rescatará. La buena poesía nunca envejece, me dijeron algunos amigos como queriéndome prender el viejo entusiasmo a los nuevos días. Por no defraudar a los viejos entusiastas, vuelvo al cajón de los olvidos, retomo el cuaderno, lo doy a la luz. Es como develar un poco viejas incertidumbres, como hacer imprescindible la certeza del olvido, como desmadejar los juicios que retuvieron el asombro en la opacidad del anonimato. Lo importante de haber llegado a esta edad desde donde columpio y mido alegrías y penas es que nos convertimos en inmunes al asombro y a la vanidad. El viejo cuaderno sacude un poco la nostalgia, pero ya no hay penas que derroten el futuro. Ahora, en los nuevos poemas late otra fibra, se apaciguan y tiemblan nuevas contradicciones y esperanzas. Dejemos que ellas, las nuevas doctrinas del vivir, alimenten este tiempo. Cada azucena a su jardín, como cada poema a su cajón. No hagamos una sorpresa ni una agonía de lo inevitable. No soy la primera palabra inédita que se derrumba en sí misma, ni tampoco la primera canción que enmudece ante su propio oído. Si los viejos poemas tienen que salir de la sombra que salgan, pero yo no soy responsable de los caminos que tomen. A estas alturas del tiempo y del vivir, cuando empiezan particulares dolores a marear el cuerpo, se nos olvidan muchas cosas que antes eran importantes, arrastramos la vida y la esperanza como algo tan privado que vivimos sordos a los aplausos y los gritos. Casi ni nos escuchamos a nosotros mismos cuando nos decimos, levántate y anda, viejo, echa hacia adelante esa voluntad, no te dejes morir en las orillas. Ahora la feria de vanidades va por otro camino y es bueno que así sea, sin pena y sin resignación, pero siempre con la esperanza, con la esperanza que como los viejos poemas, tampoco podremos descifrar. |