Primera Parte

Hábitos del Poeta

Soy y siempre seré 

el de la buhardilla.

Fernando Pessoa.  

 

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Manifiesto personal

Estoy en desacuerdo,

totalmente en desacuerdo con tantas 

cosas lógicas.

 

Mi mano debe ser un piano y regar con su música 

cada porción del universo que escojo para 

posar mi desaliento.

 

Mi cuerpo debe ser un círculo 

que estalle a cada día y 

osadamente renazca en la mañana.

 

Mi nariz debe ser el artefacto 

por donde entren en desorden las 

imágenes impensadas.

 

Para algo que no sea masticar dudas 

deben servir estos dientes honrosamente corroídos; 

esta piel que se duerme 

a cualquier choque 

debería ser el centro de todas las consignas.

 

Sin embargo no es así: 

mas si me lo propongo, cualquier día 

podría encender antorchas con mi pelo.

 

Y que sólo sobrevivan unos cuantos 

retratos de la infancia.

 

Así estaría mejor para mí, 

para todos.

 

Nadie

 

Nadie te busca ya para unas notas,

nadie te llama para un cuento de antaño

sólo estás doblando ante la fría tarde

rebuscando quién sabe qué secretos

para apoyar la sombra de tu frente.

 

Ya no importa ese día que prolongas

como oscuro residuo de la tarde

tanteando misteriosos pentagramas

al filo de sabores antiquísimos.

 

La noche fría cae por tus ojos

doblando para siempre

donde ciegos violines  precipitan

su frágil soledad.

 

La tristeza dobla mudas campanas que te dicen

que ya soto el recuerdo te concede

el espacio vital.  Tu espacio indiferente

a donde nadie llega a donde nadie

llama para un cantar para una nota.

 

 

Siempre hay un lugar

Nunca viajé

más allá de las calles familiares, 

nunca tuve otros vínculos

que los zaguanes con el rostro húmedo 

como depósitos de sueños dejados a la espera.

Nunca tuve otras ropas

que las camisas de tercera y cuarta,

pantalones grandísimos,  

de difuntos,

raídos pañuelos oteando familiarmente 

bajo las escaleras, 

y muchísimo tiempo,

el suficiente para soñar y matar sueños 

para tirarlos

en los rincones anónimamente conocidos. 

Tuve tiempo para todo 

menos para viajar.

 

De mañana y de tarde 

veía partir a los vehículos 

atestados de viajeros 

que iban a las grandes ciudades;

 los veía regresar cargados de entusiasmo

 y de artefactos útiles: 

veía a comerciantes, vendedores 

que llegaban con sus valijas 

olientes a rica parsimonia, 

gente que siempre caminaba por el lomo 

de sus sueños,

que nunca olieron a tarros de basura; 

los miraba a través de los espejos 

en los escaparates

como si fueran formas desconocidas 

de otro sueño derruido.

 

Tuve tiempo para siempre mirar, 

sólo para mirar, 

pero nunca pensé en saltar 

hacia aquellos pesados vehículos, 

ni a preguntar siquiera 

hasta dónde llegaban 

hasta dónde le estaban permitidos 

los viajes a la gente, 

qué partes de este mundo eran no sólo sueños.

 

Siempre estuve por allí 

auscultando

sin siquiera dejar caer una palabra; 

parecía la estatua

que a fuerza de hacerse repetida 

nadie miraba ya.

 

Me fui haciendo sustancia de aquellas casas 

corroídas liquen y telaraña en los pasillos, 

me fui haciendo el secreto 

de los muros, guardián de los portales; 

me transformé

en hermano gemelo de la sombra 

hasta que sólo fui mirada hacia mí mismo, 

fragmento entumecido, 

polvo pegado a los cristales, 

polvo de sombra siempre detenido

y ya no tuvieron importancia los viajes, 

ni las gentes que llegaban y partían 

olfateando un aire diferente, un aire 

de otros tiempos y otras calles.

 

 

 

Estación del ocio

 

Hemos esperado mucho tiempo

a orillas de la casa.

Han pasado autobuses camiones 

solitarios viajeros familiares.

En algún lugar esperan recónditos aposentos

o lugares amplísimos, así

como fuentes sin surtidores o transeúntes

opacos.

Nos fijamos que la casa está despintada:

se han podrido los aleros

y un aroma a noches desterradas

surge de los rincones por encanto.

Ya no hay árboles que tiren hojas

y el sol puede tenderse como

un inquilino más.

Quedan los espacios

de las gallinas que tuvimos,

algo que fue un jardín

donde múltiples abuelas

hicieron del tiempo algo digno como un templo.

Los autobuses pasan y ya no se detienen

ni los amigos llegan de la ciudad cercana

a comprar huevos.

Son muy escasas las noticias.

No obstante parte del ocio es esperarlas:

saber que llegarán de un

modo extraño y misterioso.

Están las cosas malas”, digo a mi mujer.

Ella enmudece. Suspira con sus ojos

de pesada costumbre. Yo enmudezco también 

mientras recuerdo que hoy

es un martes cualquiera

desde siempre.

 

Las verdaderas aves

Escucha,

las verdaderas aves

nunca son abatidas.

Hay cazadores

que harían lo imposible

por hacerlas sucumbir.

Son los que dejan el veneno

junto a la miel de cada flor

cuando sus proyectiles son inútiles. 

Asechan siempre,

pasan la vida a tus espaldas

apuntando sus dardos.

Los lanzan

y tu piel se desgarra.

Las verdaderas aves

son siempre capaces

de remontar el vuelo

sobre las más adversas circunstancias.

Nunca caen

porque el plomo jamás toca su corazón 

no importa cuántos cazadores

asecho en la sombra fecunda de sus vuelos.

 

A pesar

A pesar de los juegos

unos más serios 

otros mero invento 

de tímida nostalgia 

no pudo ser otra cosa 

que acróbata perdido en su ejercicio.

 

Hizo proyectos sin embargo 

que el público aplaudió.

 

Por instantes 

lució en la medía luz de los celajes.

 

Pero como sucede todo volvió a la norma. 

Ironías de la vida 

o quizá subterránea voluntad.

 

Todo quedó como una lluvia ida.

 

Y el funcionario aquél 

la promesa de todo sortilegio 

hizo mutis

por algún resquicio de inviolada conciencia 

y partió como vino 

por la escena confusa 

aturdido al extremo 

de no saber si fue

juego o problema 

la vida que vivió.

 

Recycled poem

El poema se ha convertido en una operación 

industrial.

 

Ahora tiene la utilidad de anunciar condominios 

y navajas.

Los publicistas se han vuelto locos 

con el descubrimiento de la poesía. 

El gran capital 

trina de emoción.

Los miembros de la Cámara de Comercio, 

la Asociación de Industriales, 

han creado la noche anual de la poesía. 

Por otro lado,

los vendedores y los "merchandisers" 

tienen su libro de recetas poéticas. 

El poema es un ente totalmente apto 

para inútiles circunstancias. 

Es capaz de vestir el traje 

de cualquier circunloquio. 

El poema y el estado, 

la empresa y el poema 

andan cogidos de la mano. 

Lo mismo se puede señalar 

que no hay attaché ejecutivo 

que no contenga por lo menos un poema.

 

Ha llegado inesperadamente el reino de la 

poesía.

 

Sólo que los poetas no aparecen por ninguna 

parte.

 

 

 

Naturaleza viva

 

Entiendo el día. La esperanza

que rinde su promesa para todos. 

La calle que se dispersa en todas direcciones 

desde tu casa en calma. 

El almanaque ávido de interpretaciones.

Entiendo a la mujer que desespera 

entre el llanto del niño y la ventana. 

El hombre que salió por la mañana 

con los bolsillos múltiples.

La muchacha de mirada atada a un horizonte.

B mundo empequeñece para todos. 

Reduce su estación de soledades.

La espera va madurando hasta el silencio.

 

 

 

Hábitos del poeta

 

Antes o después del desayuno 

cada palabra tiene su geometría asegurada; 

aunque a veces 

se nos escapan ciertas definiciones.

 

Después de despertar, 

respiramos palabras 

tragamos palabras 

rabiamos palabras.

 

Con cada nuevo día

vamos acumulando un mundo de palabras, 

a veces útiles 

a veces inútiles, 

pero de todos modos un mundo nuestro y único.

 

Nuestro hábito principal 

luego de haber colmado 

nuestra cuota diaria de ejercicios 

es repasar las cuentas atrasadas; 

en esa ardua disciplina nos sorprende la vejez

mientras un poema 

se nos va haciendo ceniza en la garganta.

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