MONCHIN Los años que siguieron al Huracán San Felipe fueron muy duros para los puertorriqueños de esta parte de la isla, pues los intensos vientos golpearon a un pueblo ya moribundo, que agonizaba ante las estrecheces de la crisis económica de los años treinta, la corrupción de los políticos y una agricultura que no producía los frutos necesarios para una vida más decorosa de los campesinos. Muchos vecinos, preocupados por la situación se reunían en la esquina de la calle Sol y Betances, al lado del único cine de la localidad para conversar sobre las alternativas a la precariedad económica de la ciudad que les tocaba vivir cada día o simplemente hablaban para matar el tiempo. Fluían las noticias, todas tristes y poco estimulantes. A lo largo de la calle se veían entristecidos campesinos cargando a sus enfermos en hamaca, en procesión al centro de salud pública en Bubao, donde el nuevo dispensario no daba a basto para tanto niño atacado por la anemia y el raquitismo. Recordando aquellas escenas, el violinista y humorista Eladio Lausell le diría al poeta Guillermo Gutiérrez que la noche utuadeña parecía andaluza, por el tableteo de los martillos sobre los ataúdes que recibían a los perdidos por la tisis. La desesperanza humillaba a un pueblo que en un pasado no muy remoto se había caracterizado por su dinamismo y capacidad para sobrevivir todas las crisis. Los contertulios miraban hacia lo alto, hacia el Cerro de Miro Cabañas, donde todavía se notaban los efectos del huracán en la vegetación destruida. Desde luego, a lo largo de la calle doctor Cueto o en la calle San Miguel quedaban algunas familias de agricultores y comerciantes que habían desistido de abandonar el pueblo en búsqueda de nuevas aventuras. Estos tenían sus automóviles, administraban sus negocios bien que mal y sobrevolaban sobre las crisis que parecían endémicas en el pueblo. Uno de esos días tristes, a fines de febrero se escuchó una canción, como una letanía ininteligible que se montaba sobre unos sencillos acordes de guitarra. La música venía de la Plaza de Armas, de la esquina donde los campesinos amarraban sus bestias de carga cuando venían de compras al pueblo. Los del grupo en la esquina del cine estuvieron entre los primeros en escuchar la canción. También fueron de los primeros en ver la magra figura, vestida de negro y con el rostro cubierto por un pañuelo también negro, rasgando con pena y dolor una guitarra que parecía haber vivido mejores momentos en la trova de muchos caminos. Como atraídos por aquella mágica canción se fueron acercando los vecinos desde todas las calles. Los comerciantes salieron a las puertas de sus negocios y los muchachos que venían de la "Grammar School" quedaban asombrados ante aquel personaje. Desde los mítines socialistas de fines de la década anterior no se reunía una multitud tan grande en la Plaza de Armas. Ni los discursos de los socialistas habían logrado atraer tanta gente fervorosa. El misterioso personaje estuvo a lo largo de una hora entreteniendo al público con sus canciones a veces humorísticas y a veces tristes. En varias ocasiones le pidieron que dejara ver su rostro, pero no tuvieron éxito. Al cabo de una hora del espectáculo no anunciado le entregaron algunas monedas que recogió el compañero lazarillo del misterioso personaje. El concertista montó en su caballo y siguieron a lo largo de la calle principal en dirección a Arecibo. Nadie hizo preguntas ni emitió comentarios. Por un rato habían olvidado los problemas económicos, las enfermedades, las ruinas producidas por el huracán y hasta las promesas de los liberales. Cuando el silencio del atardecer acrecentaba el cantar del Río Viví, se vio a los personajes remontar los sombríos pomarosales del barrio Salto Abajo. A la sombra de los caminos parecían un quijote y su sancho en busca de nuevas aventuras. Unos años después, cuando a raíz de los cambios y el progreso llegó gente nueva al pueblo, supimos que aquel personaje que había venido unos años antes era ya toda una leyenda en la isla. Ya era famosa la plena que cantaba sus aventuras: "Monchín del alma, si el cielo lo dispone….
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