SALVAR LA HISTORIA
Por Angel Maldonado Acevedo

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Esta es una historia de miedos, pero también es una historia de amor, de amor por los espacios y las aventuras que se niegan a morir. Aunque en ella no pasó nada, sobre todo, nada que tuviera ascendentes sobre los miedos, la misma quedó un poco orillada de las demás historias, sin la fortuna de interlocutores, aunque hubieran sido dos los aprendices de protagonistas que escribieron su desenlace. Al comienzo no, al comienzo fui solamente yo el personaje principal, pero de eso hace muchos, muchísimos años.

Esta historia comenzó verdaderamente cuando yo tenía trece años una noche en que me sentí en flotante carrera sobre los frondosos árboles de mango que guiaban el camino a la casa de mis abuelos, en pleno campo, en pleno corazón de la montaña. El acontecimiento quedó ahí, sin más consecuencias que un fugaz vuelo sobre los árboles y un despertar con la sensación de haber tocado fronteras desconocidas de la vida.

Su recuerdo permaneció en la orilla como un simple apunte en la larga memoria de los días.

Al principio estuve yo sólo. En el desenlace me acompañaba otra persona y habían pasado treinta años. Los mismos años nos obligan a desligarnos de los acontecimientos como si hubieran sido vividos por otros que nos antecedieron. La prudencia o la vanidad no nos permiten narrar los hechos en primera persona. Por eso tomamos distancia.

Habían pasado la larga noche a la intemperie caminando por el camino de Las Santas, sin saber a ciencia cierta si ese era el camino a Las Santas.

Se alentaban mutuamente diciéndose mentiras, haciendo historias de otras situaciones más difíciles que habían terminado felizmente. Las botas se hacían pesadas por el fango acumulado tras las horas de marcha y la poca costumbre de transitar parajes tan desiertos y empinados.

El del frente fertilizaba sus comentarios con citas literarias. Le recordó al de atrás la larga marcha de la novela. Los Pasos Perdidos de Alejo Carpentier. Era todo un señor literato asumiendo su vida como personaje de novela en medio de aquella noche profunda y rumorosa. El de atrás respondía con voz un poco cansada llena de monosílabos y maldiciones que se perdían en la noche. El choque con ramas de cafetos que se inclinaban sobre el camino hacía la marcha más difícil. Habían salido la mañana del día anterior a participar de una parranda en la Hacienda Tres Hermanas. La fiesta que se celebraba en la finca principal se había extendido a otros sectores de la montaña. Se multiplicaban las parrandas y aumentaban las posibilidades para un par de días alegres en pleno corazón de la zona cafetalera, mucho mejor de lo que habían previsto, además, la gente del lugar, sin excepción alguna, los habían recibido con cordialidad y atenciones...

La curiosidad y los deseos de vivir intensamente lo que habían vivido sólo en lecturas escolares llenas de colorido y nostalgias por un pasado remoto les llevaron en peregrinaje por las casas escondidas en las abras y senderos de aquellas montañas. Los tragos y las horas sin dormir los habían vencido en la que había sido su última parada. Mientras tanto la parranda seguía otros rumbos para ellos desconocidos. El de alante y el de atrás se proponían acercarse al camino que conducía hacía la carretera principal del barrio.

Era cerca de la media noche y estaba lloviendo intensamente, pero tenían que llegar al cruce de caminos, entonces la pendiente natural les haría más llevadero el paso, a pesar del obstáculo que las historias del barrio imponían en aquel lugar, sobre todo en noches de lluvia. Pero lo mejor era no recordar esas historias y avanzar, pensaba para sí el de alante.

El de alante continuaba con sus crónicas hiladas por el ruido de sus botas sobre el fango del camino.

El de atrás se sorprendía de sí mismo. Nunca había imaginado encontrarse en plena noche tan lluviosa. Descubría de pronto el valor de las virtudes inéditas, la confianza que le ganaba el haber trascendido una frontera antes vedada.

El de alante seguía con sus historias literarias, inventando una novela con todos los personajes que recordaba de historias leídas, pero el de atrás no le hacía mucho caso. Seguía el ritmo del chapoteo de sus botas humedecidas como una distracción apropiada ante el cansancio y las largas horas de viaje. Algún tiempo después habían llegado al cruce, como le habían previsto en la última parada y apuraron el paso por la pendiente pavimentada, sin mirar a los lados y sin siquiera detenerse a pensar en las historias que habían escuchado y recordado gran parte de la noche. Cuando hubieron avanzado un largo trecho el de alante musitó algo así como los aparecidos estaban de vacaciones esa noche, pues no había luna en el cielo. Dicho esto echaron a correr como si fueran adolescentes, sin que el cansancio les dominara, sin pensar en los muertos que aparecían en el camino. Llegaron al pueblo con la salida del sol, cansados, agotados. Eran dos los aventureros, pero sólo el de alante había sentido el miedo acumulado de treinta años, como si le viniera de adentro, como si fuera Un cuento de aparecidos o un sueño cuya anécdota a siguiera a flor de labios, sin permitir marchitar la historia de su niñez que siempre había querido rescatar.

 

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Ultima modificación:  02 Nov 1999
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